Hay una cierta tendencia entre aspirantes a escritoras, escritores y los escritores algo reconocidos, a sentirse parte de la élite mundial como “la crema de los tacos”, “los elegidos”, “los iniciados”, “los guardianes de la verdad”. Como tales quieren ser tratados y muchas veces soportados con sus actitudes más de adolescentes tardíos que de maduros responsables.
Pero esta actitud no sólo recae en la complejidad del ego de quien empuña una pluma, o prende el teclado de su computadora, o mira tiernamente el horizonte tratando de descifrarlo como un elefante observa a su cachorro mientras pasta en el Serengueti. La responsabilidad reside en nosotros, que les hacemos creer eso: que son la crema de unos tacos imaginarios, que estamos pendientes de sus palabras luz en espera de su última lectura, su descubrimiento.
Por eso, los libros se convierten en mausoleos, ataúdes de lo incomprensible, de lo ajeno. Acudimos a los libros con tantas expectativas, que la lectura se vuelve insípida porque después de haber leído Los hermanos Karamázov, tremendo ladrillote de chorrocientas páginas, al regresar a la oficina uno sigue igual, sin levantar suspiros. Además, es mitad de quincena y ya estás pensando a quién pedirle un bono en préstamo.
Sí: los libros no son mágicos, ni nada por el estilo. Eso que se lo crean los artistas maniquíes que promueven la lectura en comerciales sosos, que los verán sus patrocinadores que les pagan un buen varo.
Pero esta discusión no es nada cuando acudimos a la librería más cercana, porque a nuestros hijos de maternal ya les pidieron libros y, como todos sabemos, la lectura es algo buenísimo: ayuda a su crecimiento intelectual y a su desarrollo antes de que decida ser médico, abogado, cuentacuentos, locutor de radio o, en el peor de los casos, político. ¿Qué libros les damos a nuestros hijos? ¿Cómo introducirlo en ese mágico y tenebroso mundo de los libros?
Uno
Dos
Tres
¡Salvación para todos mis amigos!
Exacto. Déjenlos que tomen los libros que elijan con letras y letritas, con imágenes y sin imágenes, con portada y sin portada. No se preocupe si no los leen, o los rompen.
Ellos harán de ese libro un coche, una pared, un techo, un perro, lo que sea.
Convertirán al libro –como todo lo que le rodea– en un juguete. Desacralizarán de entrada el mundo del libro, así podrían convertirse en lectoras o lectores gozosos. Se necesitan libros gozosos. Para escuincles recomendamos los libros Toca, toca, de la editorial Combel.
Libros que contienen texturas, colores. Los niños aprenderán a buscar sensaciones físicas mediante procesos intelectuales, que es eso que buscamos cuando buscamos algo que nos mueva. El proceso intelectual convertido en un proceso físico. Deje que sus hijos jueguen con los libros, así como empiezan a jugar los pequeños con la comida. No hay imagen más lúdica que un niño con los bigotes de frijol en su rostro y su franca sonrisa que está aprendiendo a gozar de una las actividades más hermosas del hombre, la comida. Así, deje que su hijo agarre los libros y los disponga en su pequeño reino: los hojee, los rompa, los mastique o se los de a su mascota como alimento.
Editorial Combel ofrece en su colección Toca, toca esta posibilidad lúdica con los libros. Estos libros, los Toca, toca, les dejan adivinar una puerta a otro lado, mediante las sensaciones que le provocan un cartón arrugado, un superficie lisa y plateada que refleja la luz o los ojos de un perrito que son acolchonados. Los pequeños se emocionarán y querrán morderlo. Déjelos, están hechos a prueba de dientes de niños piraña. Comparta con sus hijos estos libros de texturas y deje que aprendan a gozar y a descubrir sensaciones en los libros. Después… bueno, después buscarán sus propios libros. Papá, mamá: los libros Toca, toca de editorial Combel los puedes comprar en las librerías de la ciudad de Oaxaca.
También se pueden encontrar más recomendaciones para tus hijas e hijos lectores en www.comelibros.com.mx y en el blog comelibroscomelibros.blogspot.mx.
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