Yodocono es una población de la
Mixteca oaxaqueña que ingresa al ámbito literario de la mano de Lupita Miguel.
Habitante de esa comunidad situada entre cerros, la narradora ha leído con
fruición los signos colectivos de su pueblo y los ha trasvasado con un lenguaje
sencillo, ameno y más que eficaz en su deseo de retratar la vida que pasa sin
detenerse.
Es
usual pedir para esta clase de historias comunitarias la atención paciente y
complaciente que se otorga a las explicaciones de un niño, pero en este caso la
actitud paternalista o sobreprotectora es innecesaria. Por el contrario, los
relatos de este volumen van ganando en lirismo y contundencia lo que pierden en
ingenuidad, conforme las páginas son recorridas. Yodocono, paisaje de un llano hondo, no requiere ser leído con
condescendencia, sino con expectativa crítica.
La
primera sección del libro, titulada “Lo que se dice de boca en boca”, presenta
un manojo de relatos legendarios entreverados con viñetas de la dura vida
campesina. Destaca por su extensión y su sagaz gradación climática la conseja
“El pacto”, una historia de tratos diabólicos y riquezas ilusorias de las que
el folclore suele extraer sus mejores enseñanzas. Sin detenerse en explicitar
moralejas superfluas, Lupita Miguel convierte esta leyenda en una inquietante
reflexión sobre la avaricia y sus consecuencias. Las prevenciones contra la
lujuria componen otra interesante narración extensa, “La noche eterna”, cuyo
modelo más conocido es el Rip Van Winkle
de Washington Irving, pero que en la versión de Yodocono se exorna de aspectos
coloquiales que le confieren actualidad al popular tema de la convivencia con
seres sobrenaturales.
La
parte más sobresaliente del libro, sin embargo, es la agrupada bajo el epítome
“Rostros del pueblo”, en la cual las historias familiares son relatadas desde
diferentes puntos de vista que van componiendo un prisma a través del cual
mirar el mismo suceso desde distintas perspectivas. Cumpliendo un precepto de
la novelística, Lupita Miguel recrea a manera de bildungs roman los destinos de sus padres Eucario y Serafina,
acompañados del perro Cuatro Ojos. Melancólicamente, la narradora delinea los
retratos de sus padres y otros parientes mediante el recurso de contar dos y
hasta tres veces la misma historia, empleando los testimonios y las miradas de
diferentes narradores.
La
sensación de estar ante el inicio de una obra mayor se refuerza con cada relato
que añade detalles y nuevas interpretaciones a lo que en principio refiere la
autora desde su propio punto de vista. Con malicia literaria que no se espera
en una autora novel, Lupita Miguel convierte su libro de viñetas y leyendas en
un organismo complejo, en el cual las reiteraciones son aparentes, pues cada
vuelta al punto de partida permite amplificar y variar los hechos que creíamos
conocer. El libro gana en pluralidad y hondura conforme se incorporan las
visiones de los primeros rostros que nos es dado atisbar desde las primeras
páginas.
En esta
espiral ascendente se insertan dos historias sobre la dura vida de la mujer en
las comunidades rurales: “Los infieles”, que es un apólogo satírico sobre el
alcoholismo ligado al adulterio, y sobre todo, “Silvestre”, un aleccionador
relato sobre la forma de lidiar con un marido infiel y abusivo.
Como
cierre de esta novela en construcción, Lupita Miguel nos reserva un largo
elogio de su pueblo, Yodocono, visto con el entusiasmo y la nostalgia de la
distancia. Acaso la realidad comunal no sea tan sugestiva como las palabras de
la escritora, pero esto es un riesgo que debe asumir quien se interne en un
paisaje compuesto por palabras y emociones: si el sitio real no es tan bello
como su retrato hablado, será que es necesario observar con mayor atención sus
contornos, o será que hay que mirarlo con los ojos afectuosos, mas no cegados,
con que la narradora contempla este paisaje de un llano hondo tan suyo, que por
su palabra ya es nuestro.
Jorge Pech Casanova
No hay comentarios:
Publicar un comentario