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sábado, 1 de diciembre de 2012

Colección de teatros de papel de Lucía Contreras Flores

Escribir sobre lo que sé acerca de los teatros de papel me produce cierto pudor porque mis conocimientos son fruto únicamente de la curiosidad. En cualquier caso, no es mi intención apabullar con datos aunque, dada la importancia de estos juguetes durante más de dos siglos, fechas y nombres se hacen necesarios. No soy un experto. Soy una niña grande, sólo colecciono y como dijo Oscar Wilde “Puedo resistirme a cualquier cosa excepto a la tentación”.
 
Ojala entre todos pudiésemos recuperar para los niños (y esto es únicamente responsabilidad de los adultos) la costumbre, hoy casi denostada, del placer de la lectura y el juego con el texto, con las palabras; más allá de modas e imposiciones de la industria, ofrecerles la oportunidad de ser protagonistas activos del juego y no meros manipuladores de artilugios alienantes ideados con la sola finalidad de vender más o de propagar modas e ideas ingeniadas por el poder, es decir por el dinero. 

Dormir un sueño profundo al pincharse con un huso, viajar en alfombras mágicas, besar a una rana y convertirla en un bello príncipe, que un lobo se trague de un bocado a tu abuela, reyes y mendigos, batallas históricas e injusticia social, viajes al centro de la tierra y máquinas imposibles, la literatura se alimenta de lo vivido y lo soñado y en el universo que nace entre las páginas de un libro es donde el Teatro de Papel adquiere todo el sentido que, para mi, lo convierte en el Juguete con mayúsculas. 

Los teatros de papel fueron en un tiempo protagonistas de esa utopía: eran el libro con el que se juega, mezcla perfecta entre el recreo escolar y las lecciones, lo imaginado y lo impuesto. El escenario era un reflejo del mundo real por explorar, los decorados, el paisaje por el que moverse, las historias y los libretos, los conflictos de la vida y las palabras que aprender, las luces y la música añadidas, los únicos “efectos especiales” posibles, y finalmente los personajes, el cartoncito a través del cual un niño se transformaba en príncipe, bandido, bruja, criatura o bosque y ejercitaba posibles consciencias de un habitar en el mundo real.

Me gusta imaginar que alguno de mis teatros perteneció a una familia de la Inglaterra victoriana o que alguno de los personajes que tengo fue coloreado o degollado por una niña vestida de terciopelo con un lazo enorme en la cabeza. En nuestro país, imagino a los niños viviendo la realidad de la pre-guerra, la guerra y la pos-guerra. Imagino su día a día en la calle opuesto al abrigo de un refugio fantástico con forma de teatro de papel. Imagino, entre otros, a mi padre.



Revisa su página, para conocer su colección de teatros de papel: http://www.teatritos.com/es/index.html

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