Por: Ceci, tallerista de la Biblioteca Infantil en Oaxaca
Estaba a punto de embarcarme en un viaje a la India sin saber a dónde llegaría en realidad. Un poco a ciegas, me aventuré con más de una docena de niños y niñas, para conocer los secretos, que se ocultan tras la cordillera del Himalaya. Fui pensando que sería un lugar exótico y muy distinto a lo que veo cada día, pero descubrí que los colores y sabores hindúes son sólo una muestra de todo lo mágico que en realidad habita en ese lejano lugar.
Vimos montañas y deslumbrantes paisajes.
Hasta caminamos por ajetreadas calles, edificios nuevos, grandes, raros, e imponentes.
Descubrimos hasta un río para bañar el cuerpo y el espíritu.
Montamos elefantes de colores y con tesoros a raudales, pero lo que en realidad nos cautivó, fueron las historias que pudimos conocer. Emocionada por querer compartir algo sobre los grandes Brahma, Vishnu y Shiva, les conté el principio de la historia:
Un gran huevo dorado que en los inmensos océanos se creó y que con el poder de su pensamiento Brahma fracturó para poder existir. Pero no. No les impresionó su gran poder ni que su aliento dé vida al universo entero, sino las cuatro cabezas que Brahma ostenta para ver distintos horizontes: "¿Cómo le hace para dormir?" Y claro, con mi actitud de experta conocedora les di la noticia fatal: "¿Dormir? El día que Brahma cierre los ojos para dormir, el mundo se acabará".
No ahondaré en la discusión apocalíptica que se generó tras mi ingenua observación, así que después de que se recuperó el grupo de la fuerte impresión, quise calmar los ánimos y traje a Vishnu, el protector. Lo imaginamos transformado en pez, jabalí y tortuga. No pudieron evitar encontrarle parecido con los centauros de “Las Crónicas de Narnia”, y es que quién iba a pensar que aquellos personajes con torso de humano y cuerpo de caballo, serían "quizá parientes" del hombre-león en el que alguna vez Vishnú reencarnó.
El favorito, sin lugar a dudas, fue el buen Ganesh. Simpático dios de la fortuna (y de los caramelos) que perdió la cabeza. No por descuido, sino porque tuvo que enfrentarse a la ira destructora de Shiva, "el enojón" (alias acuñado atinadamente por Patricio). A cambio, Ganesh recibió una cabeza de elefante y, créanme, le sienta muy bien... al menos nosotros no lo olvidaremos y hasta en casa tenemos un par de guirnaldas destinadas a él.
Los días transcurrieron y las batallas no se hicieron esperar. En cuanto vimos pasar a los 99 hermanos Kaurava para enfrentarse a Arjuna y los otros cuatro Pandava, las apuestas corrieron en espera de ver al héroe en acción… Y es que acción hubo y mucha. Cómo olvidar a aquél otro ejército de simios y osos para ayudar al príncipe Rama a enfrentar al demonio de diez cabezas que mantenía cautiva a su querida Sita; o a aquél que en verdad terminó cautivo y solitario, admirando en su ventana el gran monumento que por amor levantó, el derrocado rey Shah Janan, por siempre enamorado de Mumtaz i-Majal
Emociones por doquier. Dioses, transformaciones, batallas y amor (“y nombres extraños, asegura Aranza) llenaron nuestro viaje. Al final, sentados todos con una taza de té chai (o el “agua que sabe rara"), y después de disfrutar de la pasarela de saris y calzones de encantadores de serpientes, creo que todos nos quedamos con ganas de volver. No se encuentra a la vuelta de la esquina, pero sí a la vuelta de la página.
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