No tengo memoria de la primera vez que pisé la entrada de una escuela. Tal fue en el kindergarden; y sólo recuerdo de ese lugar una alberca en forma de pez que nunca tuvo agua. El jardín, por el que una vez me fugué de mi salón cuando mi maestra me castigó. No recuerdo el castigo, pero si la ansiedad de esconderme detrás de algo. La angustia de recibir un castigo.
El jardín de niños pasó, y llegó la hora de entrar a la educación básica. Aún conservo la fotografía del primer día de clases. Relamido con gel, vestido de blanco y una linda maleta para mis útiles escolares. Salgo riendo y un poco nervioso. En el trayecto, cuya distancia entre la casa y la escuela se podía ganar en un minuto a vuelo de pájaro, recuerdo que mi madre me apretaba la mano como si me fuese a reventar los dedos.
No hubo lágrimas, eso creo, al dejarme en la escuela. No hubo grandes despedidas. Solo un adiós mami, y sanseacabó.
No me puedo quejar de esa época, me fue bien, me divertí, y también fui un alumno con maestros a la antigua y con maestros de la nueva onda. No recuerdo muchos castigos, pero si el recuerdo de algunos. Uno en especial.
Nos había quedado de tarea aprender la famosa tabla del cinco.Entré corriendo al salón, era un lunes, o tal vez un martes, la cosa es que no era un buen día para entrar corriendo al salón. Los demás compañeros estaban sentados y serios, y callados. Expectantes, me vieron irrumpir , agitado me volví y la puerta se cerró con el profesor Anastasio. Tenía el ceño fruncido, y recuerdo aún su suéter naranja y su pantalón azul claro. Resopló y se dirigió a mí. Sentí miedo y dejé caer mi mochila al suelo. No dijo nada y me agarró del brazo y me llevó a su escritorio. Realmente estaba molesto. Buscaba la mirada de mi amigo Hermes, pero nadie levantaba la vista. ¡que pasó aquí? Nadie se movia y el aire se volvió espeso. El profe sacó su varita de bambú.
No había duda. Ese día ya se había escogido al chivo expiatorio.
.- ¿5 por 7?
.-¿5 por 7?
.- ¿veintiiiiiioocho?
Agarró la vara, puse las manos y la vara cayó en mis dedos varias veces. No sé cuantas veces me equivoqué ese día con la tabla del cinco. !Sí¡, con la tabla del cinco, la más fácil, casí igual a la del diez.
Lloré, y lloré mucho, creo lloré todo el día y toda la semana, por lo menos así me sabe el recuerdo. La tabla del cinco me la aprendí como me aprendí la tabla del cuatro , la del tres o la del ocho. Practicando en mi casa.
Han pasado muchos años y no he vuelto a ver a mi maestro Anastasio, alguna vez conocí a su hija, que debía tener mi misma edad, sólo que ella iba a otra escuela. No tengo trauma alguno con ello, y no he pagado ningún peso a mi terapista por las huellas de la vara del bambú en mis manos.
No pasó nada.
Tampoco lo defiendo.
Sólo sé que ese día, alguien debía de calmar la furia de Anastasio en el salón. Ni la letra ni la tabla del cinco entraron en mí, por la fuerza, ni por el cariño, pero sí, tal vez, por la tenacidad que mis padres me habían heredado.
Charlie A. Secas
Estocolmo de Juárez. Enero 2011
la reproducción de la imagén corresponde a "La letra con la sangre entra" de Francisco de Goya.
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