—Y para eso también necesitarás dedos —le dijo Yeims, un pingüino marrón, amigo suyo.
Ricardito sabía que eso no era tan indispensable, sabía que lo importante era hacerlo con el corazón.
—Lo que quieras hacer, cualquier cosa, hazla con el corazón —le dijo su madre cuando él todavía era huevo, antes de irse a la mar en un viaje de dos meses, por pescado.
Él sabía también que, de corazón, tenía mucho, porque cada vez que pensaba en los conciertos que daría a las estrellas, en sus canciones a la aurora polar y las fiestas con sus amigos, su corazón hacía un bum bum muy fuerte que escuchaba retumbar en su interior.
Había otros problemas. En lo más recóndito del Polo Sur no había una escuela para pingüinos guitarristas, ni alguien que le enseñara a tocar.
—¿Por qué no vas a preguntarle al viejo Ari, el anciano sabio de la tundra? —le preguntó Yániz, su amiga desde que rompió el cascarón.
—Tienes razón, él podría ayudaaaaaaarmeeeeee… —contestó Ricardito alejándose, con su panza sobre el hielo, en dirección a la casa del sabio Ari.
Cuando llegó con el sabio de la tundra, éste le dijo:
—Yo sé dónde hay una guitarra para ti…
Y le contó la leyenda de la guitarra de cristal. Existía una guitarra en el centro del glaciar prohibido, al que sólo se podía llegar después de muchos peligros. Ricardito estaba dispuesto a todo, así que respiró profundo y se decidió: iría por la guitarra.
El primer reto consistía en atravesar el mar de las orcas bicolores; la segunda prueba era pasar en silencio por puentes de hielo quebradizo por los que, después de cruzarlos, ya no se podía regresar.
El último desafío era encontrar la salida del laberinto de espejos desde el centro de aquella montaña de hielo.
Y Ricardito lo logró. Heroicamente, Ricardito atravesó los peligros y consiguió su objetivo. Superó con audacia todos los obstáculos y regresó sano y salvo con la guitarra.
Inmediatamente se dirigió con el viejo sabio.
—¿Y ahora? —preguntó Ricardito.
—Has demostrado valor, coraje y astucia. La habilidad la adquirirás con el tiempo. Tienes el corazón. Sólo toca…
Ricardito pasó su aleta por las cuerdas y el sonido retumbó estruendosamente por todo el valle de nieve.
El eco repitió la nota en múltiples tonos a través de los hielos transparentes y las estalactitas azules, formando una melodía nunca antes escuchada.
Así fue el primer concierto glaciar. Y apareció el primer pingüino guitarrista.
F. X.
No hay comentarios:
Publicar un comentario